miércoles, 12 de octubre de 2016

"SO LONG, PARTNER": RIDE THE HIGH COUNTRY (1962)



Mientras John Ford, ya en el ocaso de su carrera, comenzaba a poner el dedo en la llaga en las conciencias americanas con aquello de "imprimir la leyenda", un aún relativamente joven realizador llamado Sam Peckinpah -recién salido del mundo de la televisión- conseguía que los recelosos productores de MGM le confiaran un proyecto de segunda fila y bajo presupuesto, y ponía rumbo a los otoñales paisajes del Inyo Park, al norte de California, para rodar lo que acabaría por llamarse "Duelo en la Alta Sierra", o lo que hoy conocemos como uno de los westerns más hermosos de la historia...



Es el comienzo de la década de los sesenta; y también el de un nuevo tipo de cine. El sistema de estudios de Hollywood empieza ya a notar con fuerza una transformación tremenda en los gustos y las inquietudes del público del momento, el cual parece despreciar las viejas fórmulas y demanda algo diferente. El cambio está ya en marcha, es irreversible. Y es en este periodo de transición, en esta especie de tierra de nadie (muy parecida a esa por la que deambulan los personajes del western crepuscular), donde aparece esta pequeña película que es como una bisagra entre dos mundos, pasado y futuro, que mira hacia atrás con nostalgia pero que, al mismo tiempo, abre el camino para la llegada de una nueva forma de entender el género del Oeste. Puesta de largo y, a la vez, homenaje a un universo poblado aún de cierta nobleza que los avatares del tiempo no tardarán en borrar de un plumazo.





El contexto de la historia está magníficamente planteado: un pueblo del noroeste americano donde ha llegado una feria ambulante, una especie de carnaval del viejo Oeste; un hombre a caballo que avanza despacio por la calle principal ante la mirada atónita de los habitantes pasando por delante de un automóvil estacionado; un policía de uniforme que le increpa airadamente para que se aparte y salga de la calzada vacía (el jinete parece no entender); en ese momento, un camello que aparece a toda pastilla doblando una esquina perseguido por varios vaqueros también a caballo. Se trata de una carrera; parte del espectáculo. Instantes después, el encuentro con un viejo amigo suyoempleado en la poco noble y gratificante tarea de encargado de una barraca de tiro disfrazado del famoso pistolero Wild Bill Hickock. El progreso está llegando con la misma velocidad que acaban de hacerlo hace unos momentos los concursantes de la competición a lomos de sus bestias. Los viejos cowboys han quedado relegados a meras atracciones de circo, grotescas imágenes de un pasado edulcorado con ánimos de lucro por la nueva sociedad.


El protagonista principal es un ex-sheriff entrado en años (Joel McCrea) que ha recibidola misión de transportar un cargamento de oro desde una explotación minera en las montañas y que contrata, a su vez, a su antiguo camarada (Randolph Scott) y al joven socio que lo acompaña para ayudarle a llevar a cabo la tarea. Lo que el primero ignora es que, en realidad, planean, con o sin su ayuda, hacerse con el botín y largarse. A mitad de camino, se les unirá una joven que, escapando de las garras de su padre, se dirige al campamento en las cumbres para casarse con uno de los mineros. Al llegar a su destino, nada será como habían imaginado. La brutalidad de los hermanos del novio con la chica obligará a los dos viejos amigos a inmiscuirse en el asunto. En el camino de vuelta, el sheriff descubre lo que trama su viejo compañero de armas y lo lleva apresado para entregarlo a las autoridades, hasta que la presencia de los hermanos, que han estado al acecho durante toda la bajada, les obliga a batirse juntos, codo con codo, una última vez.


R.Scott / J.McCrea, dos viejos todoterreno del Hollywood clásico, en la última de sus misiones.



A pesar de que se la puede considerar, sin duda, uno de los primeros westerns crepusculares y de que en ella se encuentran ya planteados los temas principales de Peckinpah (la amistad traicionada y el ocaso de los héroes), "Duelo en la Alta Sierra” es, todavía, un western clásico. Su elegante puesta en escena, así como su nobleza e intachable integridad ética, encarnada en el personaje del sheriff, la sitúan más cerca de la limpieza de sus modelos anteriores que del retorcimiento y el cinismo de los westerns que aún están por llegar. Sobre todo, en lo que se refiere al tratamiento de la violencia: las figuras caen casi sin inmutarse al suelo como piezas de un rompecabezas, sin afectación ni énfasis; a diferencia del resto de la obra de su director en la que la violencia es la expresión abrupta y rebelde de los hombres ante la Naturaleza, aquí se nos muestra exenta de dramatismo, precisamente como parte integrante de ella.

No en vano, como en los mejores westerns (crepusculares o no), la Naturaleza es un personaje más con una función dramática muy poderosa, un actor principal en la historia. Fotografiada por Lucien Ballard de manera maravillosa, representa aquí un espacio de libertad para los protagonistas no contaminado aún por la mano del progreso y la civilización: los ríos, los lagos, las alfombras de hojas secas, los desfiladeros, los remansos del bosque, las cumbres de la montaña son testigos impasibles del lento atardecer de los personajes. La muerte parece aquí, de hecho, un tránsito natural; en este caso, una especie de transferencia de conocimiento a los dos jóvenes acompañantes. En la mejor tradición del relato itinerante, el viaje es la vida y, en "Duelo en la Alta Sierra", el aprendizaje es tan importante para unos como la memoria recobrada para los otros.

No obstante, a pesar de su factura clásica, ya se percibe en ella algo del cambio de signo de los tiempos: un gusto por las contradicciones psicológicas de los personajes, por los momentos íntimos y de reflexión más allá de las escenas de acción en estado puro (de hecho, estas escasean hasta el duelo final). Ya asoma algo, aún de forma sutil y delicada, de la tristeza y la amargura que, solo unos años más tarde, desembocarán en el desesperado nihilismo de “Grupo Salvaje” o “Pat Garret and Billy the Kid”. Portadora, a pesar de su inevitable final, de un luminoso idealismo, "Duelo en la Alta Sierra" sería algo así como la versión más romántica y quijotesca de la misma historia.

De hecho, igual que en “Grupo Salvaje”, el protagonista va siendo, poco a poco, consciente de la dudosa categoría moral de su misión, de la presencia inminente de su muerte y la necesidad de librar una última batalla redentora. Al igual que Ángel para Pike y sus hombres, la muchacha ejercerá un efecto catalizador en los dos protagonistas, cultivándose en ellos un cambio de rumbo mental así como la imagen de una juventud perdida y un idealismo olvidado con el paso de los años, brevemente rescatados antes del final.

Como sucederá más adelante en los mejores westerns revisionistas de la época, el héroe clásico va siendo presa de la duda y la angustia existencial provocada por el envejecimiento. En "Duelo en la Alta Sierra", nos encontramos con unos protagonistas reacios a pasar a la acción; hay en ellos una especie de apatía que les impide llevar a cabo lo que han decidido hasta sus últimas consecuencias: ni el personaje de Scott acaba por decidirse, tal y como le implora su joven e intrépido socio, a dar el golpe definitivo a su amigo, ni este a llevar a cabo el castigo a dicha traición hasta el final. Ambos han dejado de estar seguros de nada. Los héroes están cansados; ya no hay prácticamente nada que les importe lo suficiente. Sólo cuando surge la oportunidad de hacer algo que realmente valga la pena, que sea legado más que provecho, que no tenga remuneración material sino espiritual, volverán a encontrar una razón para volver a la acción. A partir del sheriff de “Duelo en la Alta Sierra”, el héroe del western pasará a ser un aturdido y desmemoriado cowboy intentando encontrarse a sí mismo, tratando de recordar vagamente quién fue, consternado por el absurdo de comprenderlo demasiado tarde y de forma tan breve y confusa. Argumento que elevará este género, a menudo tan maltratado, a la categoría de verdadera tragedia moderna.

La imagen final de la película es épica. Después del duelo al que hace referencia el título en castellano y un último cruce de palabras entre el sheriff y su amigo, que ”tan sólo olvidó por un momento cuál era su deber, eso es todo”, el primero de ellos se desmorona lentamente en su aliento final dejándonos, antes de los créditos finales, el plano majestuoso de la montaña al fondo. ¿Imagen de la muerte inexorable? ¿Del sepulcro donde yacen los viejos héroes del western clásico? ¿Del propio protagonista que desaparece para transfigurarse en la montaña misma?



So long, partner. I'll see you later...


En cualquier caso, un final conmovedor; auténtica puerta misteriosa que abrirá el género del western a una dimensión oscura y nebulosa, totalmente novedosa en su dilatada historia, y que nos llevará por los derroteros del revisionismo histórico, de la duda y el miedo, de la confusión y la derrota, de la pérdida y la búsqueda de la identidad, de la soledad y, finalmente, la muerte. Lo mejor está por llegar...

A.R.





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