Llegamos en
nuestro recorrido particular por el Western Crepuscular o Western de los 60 y
70 al año 1969, una fecha en la que nos detendremos más de lo habitual a lo
largo de este y de los siguientes programas en nuestra sección Ese era mi
Bistec, porque es, digamos, un año eslabón entre la década de los sesenta y la
de los setenta, porque marca un punto de inflexión no solo en el cine sino en
la sociedad americana, porque es el año en el que el sueño hippie, político y
contracultural podemos decir que se va a pique, y porque es el año también de
cuatro películas muy importantes en las que nos vamos a detener con mimo y
esmero como no podía ser de otra manera que son Grupo Salvaje, Dos Hombres y un
Destino, Easy Rider, y la de hoy, titulada “El Valle del Fugitivo” en
castellano y de forma mucho más poderosa en el original “Tell them Willie Boy
is Here” (Decidles que Willie Boy ha llegado).
Del año 69
podíamos estar hablando también como dije la última vez que os visité con
“Hasta que Llegó Su Hora” del 68 laaargo y tendido. Como digo es una fecha de
cambios fundamentales. Baste decir que es el año de la llegada del hombre a la
Luna, de Nixon a la Casablanca, en que las tropas norteamericanas comienzan sus
incursiones aéreas en Camboya y con ello del punto álgido de las protestas
contra la guerra de Vietnam, el año de la matanza de MyLai, el año en que
Lennon escribe aquello de “Give Peace a Chance”, del festival de Woodstock (con
una afluencia de 400000 personas, auténtico hito de la cultura contemporánea),
y el año también de los disturbios de Stonewall en Nueva York (las primeras
protestas en pro de los derechos civiles de gays, lesbianas y, sobre todo, transexuales
;) ¿Suficiente? Es un año digamos más que movidito, que sin embargo va a tener
en su segunda mitad dos acontecimientos muy sonados que, como todos sabemos,
suponen un parón escalofriantes para las esperanzas de cambio y renovación en
la sociedad americana del momento y más concretamente en el mundo del cine y de
la música: el primero es el asesinato de Sharon Tate en su casa de Los Angeles
a manos del tristemente célebre Charles Manson y su banda de hippies trasnochados;
y el segundo, el fatídico desenlace del festival de Altamont en el que los
Angeles del Infierno acaban con la vida de Meredith Hunter en plena actuación
de los Rolling Stones ante la mirada atónita de Jagger y los suyos desde el
escenario. Dos sucesos que desde el punto de vista del cine y de la música,
como digo, van a hacer que los impulsos liberadores e idealistas de la década
de los sesenta se repriman súbitamente para dar lugar a la atmósfera que
caracterizará la década de los 70, sombría, desconfiada, pesimista, paranoica y
nerviosa. Es por lo tanto un año horquilla, un puente entre dos visiones del
mundo, una optimista y llena de alegría y otra traumatizada y repleta de
claroscuros.
En este
contexto de aguas turbias que confluyen, Abraham Polonsky dirige este western extraño
y obsesivo, absolutamente original y contracorriente y de gran subtexto
político que es “El Valle del Fugitivo”. Una película REBELDE con mayúsculas.
Abraham Polonsly fue, para los neófitos, uno de los grandes directores defenestrados
durante la infame caza de brujas a finales de los cuarenta y principios de los
50. Es decir, esta película es su vuelta a la dirección después de un periodo
de ostracismo de casi veinticinco años. Novelista antes que guionista y con solo cuatro películas en su haber, es
un tipo con una carrera desgraciada y llena de desengaños, un izquierdista a
ultranza que dirigió el clásico de cine negro en su momento “Force of Evil”, la
cual giraba ya en torno a su idea principal: la del capitalismo como fuente y
motor desencadenante del mal.
Realizada
como cuenta pendiente y velado alegato anti-mccarthysta, “El Valle del
Fugitivo”, cuenta la persecución por parte del sheriff de un indio renegado que
ha escapado de la reserva llevándose consigo a una joven india que estaba bajo
la tutela de la representante de la oficina de asuntos indios del gobierno
federal. Transcurre en el año 1909, un año ya tardío, en el que la civilización
ha llegado prácticamente en su totalidad al Viejo Oeste domesticándolo y los
pocos supervivientes indios están encerrados en sus reservas y en el que, sobre
todo, el mestizaje racial y cultural está en su primera fase.
Se trata de
una película que ejemplifica a la perfección esa metamorfosis que se produce a
mediados de los 60 en el género, por la cual el western cambia de piel y se
oculta como un camaleón dentro de otros géneros, cambiando de piel y dando
lugar a híbridos singulares que van más allá de las constantes clásicas del
género, abriéndose a temas y estilos antes jamás tratados en el western. En
este caso un western que bien podría ser cine negro, policíaco, cine político,
de denuncia social; una extraña mezcla de rasgos de estilo y temas que lo
llevan a una dimensión mucho más social y política, definitivamente crítica y
revisionista con la historia de América y los valores dominantes en ella.
Como decía,
la estructura de la película se centra en la persecución-huida de dos parejas:
la doctora y el sheriff por un lado, y Willie Boy y la chica india por otro.
Una especie de viaje, itinerario, desesperado, febril y romántico a pesar del
poderoso nihilismo que desprende la historia que es viaje de autoconocimiento
de consecuencias trágicas. En este caso, toma de conciencia progresiva, radical
y destructiva de la inevitable separación racial más allá del mestizaje inicial
que rige en la película las aparentes buenas relaciones entre indios y blancos.
Dicho de otra manera, cuando las máscaras del aparente civilizado progreso
caen, aparecen las barreras infranqueables del mestizaje racial y cultural,
retratado en esta película (y esto es lo mejor) como un cándido, inocente y
estúpido buenismo progresista instaurado después de la masacre por parte del
vencedor hombre blanco. De hecho, la toma de conciencia de su propia identidad
como indio, así como la de su pareja, inolvidable Julieta en sus últimas
escenas, está más cerca de las Panteras Negras y el Black Power del momento que
de cualquier otra cosa. De la misma manera los perseguidores (el sheriff y la
doctora) van dándose cuenta de su naturaleza violenta y colonizadora de
cazadores que subyace debajo (y a su pesar, y esto es lo trágico) de sus
aparentes buenas intenciones y su paternalismo hacia los indios. Un
paternalismo despreciado desde el comienzo por el indio Willie Boy (por cierto,
Robert Blake realmente impresionante dando el mismo e intenso recital
interpretativo que ya nos ofreció en “A Sangre Fría”).
A nivel de
estilo es un western con escasos momentos de violencia, contado con un tempo
muy particular, contemplativo, casi ritual. Con una música extrañísima de Dave
Grusin que casi parece de cine negro, con toques electrónicos y reminiscencias
indias. Una película llena de momentos nocturnos repleta también de detalles
modernizantes: el automóvil que se cruza en el camino del protagonista en la
primera escena, o la corbata que lleva Blake al comienzo (detalle de inmersión
y mestizaje cultural que nos revela como Willie Boy es un indio de tercera
generación cuya batalla no es ni fue Little Big Horn, sino la misma que la de
los outsiders solitarios y desesperados de “Los Valientes Andan Solos” o “Vidas
Rebeldes”. Unos indios que no están ya lejos de los que serían mandados a morir
en la 2a Guerra Mundial (vease Flags of Our Fathers) o envenenados por el
alcohol y el desarraigo hasta su definitiva desaparición. Un western también
muy en la línea de los sesenta, con un cuidado por el detalle antropológico,
por las formas de vida dentro de la reserva, los rostros envejecidos y
agrietados de sus habitantes indios, los restos de una cultura derrotada y
exterminada, con una gran atracción por la mirada documental dirigida a los
perdedores y los desarraigados, los marginados, los cautivos físicos o mentales
de un país que ha conseguido finalmente parcelar la tierra y con ella el
espíritu original, que en su afán de ampliar la frontera no ha acabado más que
por crear una vasta cárcel para el hombre. Otra constante del western
crepuscular aquí presente: el retrato de la Naturaleza como una extraña forma
silenciosa; en este caso, en alianza sutil con el indio, que ya no es mostrada
con el trasfondo de la épica, sino como una presencia inquietante de múltiples
caras, un marco impasible de los trágicos avatares del hombre, un rostro
milenario e impertérrito del destino del hombre a lo largo de la historia, de
forma parecida por cierto a “La Noche de los Gigantes”, otro western de un año
antes que se nos ha quedado en el tintero, con Gregory Peck y que tampoco tiene
desperdicio.
Contextualizada
en los acontecimientos que antes mencionábamos del año 69, especialmente las
atroces noticias que llegaban desde Vietnam, “El Valle del Fugitivo”define
magistralmente la conciencia crítica y el sentimiento de culpa de la sociedad
americana del momento. La pareja de amantes furtivos, nacidos dentro de una
reserva, de un espacio ya acotado, recuerda a las parejas hippies del momento
que intentan escapar de la sociedad y volver a los orígenes ancestrales. Su
huida, y su insumisión es un rechazo lúcido y consciente al presente, una toma
de conciencia de su origen indio, especialmente en ella a la hora de continuar
con Willie Boy o volver al amparo de la comunidad tutelada. (La película tiene
realmente un guión espléndido, Polonsky era sobre todo un magnifico guionista,
un hombre de teatro). ATENCION SPOILER. Su sacrificio final (aunque no llegamos
a saber si se suicida o la mata Willie Boy) tiene la fuerza trágica y lírica de
la Julieta de Shakespeare en el Oeste con todo el carácter simbólico y rebelde
de los grandes suicidios como actos supremos de rebeldía e insurrección
pacífica.
Es, en
definitiva, una muy lúcida y nada indulgente reflexión sobre el mestizaje y los
falsos valores progresistas del momento. De hecho, “El Valle del Fugitivo” es
la única película que plantea el mestizaje como la última de las formas de colonialismo,
como contaminación genética y cultural de las auténticas raíces de todo un
pueblo. Es una película radicalmente pro-india con una fuerza poética y una
convicción que ningún western había mostrado hasta el momento (a su lado
“Cheyenne Autumn” es un cuento para niños). Es un western con algo muy
característico del western revisionista, no tan interesado en la acción, en la
propia caza en si de la pareja de fugitivos, sino en el desarrollo psicológico
de unos y otros durante su proceso. Al igual que en “El Tiroteo”, la
persecución está contada de forma deshilvanada, va perdiendo poco a poco
suspense, y nos vamos introduciendo en el terreno de la incertidumbre y de la
mística, en la que lo que más importa es el retrato de personajes.
Por ejemplo,
el de la doctora es muy preciso a la hora de juzgar cómo sus motivaciones y sus
grandes ideales nacen de su puritanismo y su frigidez, de su incapacidad de
amar más que unas ideas de forma terca y soberbia. Convencida de su tarea, es
ella la que instiga, aún a sabiendas del amor legítimo entre la pareja india,
la persecución, considerando que la joven india merece algo mejor. Sociedad y
represión de la mano de este desagradable personaje que, no obstante, no cae en
el cliché ni en el estereotipo facilón en ningún momento.
Por otro
lado, desacierto más que probable en la elección de Robert Redford para su
personaje, el cual que parece esta vez muy limitado a la hora de dotar a su
personaje de la profundidad y la trascendencia psicológica que parece tener sobre
el papel o a la que parece apuntar la historia. Otro actor mas duro, o mas
capacitado para ese rol habría hecho funcionar la historia mucho mejor. Sobre
todo, en el retrato de sus relaciones con la doctora, Redford es un actor
demasiado simpático para el papel. Posee ese encanto tan sintonizado con la
Naturaleza, y que tan bien explotó Pollack en Jeremiah Johnson pero que aquí no
consigue transmitir las contradicciones de un personaje joven pero realmente
complejo, alter ego real, o imagen de la otra cara de la moneda que es Willie
Boy. Un personaje de nuevo envuelto en la duda y nada convencido de la
naturaleza de su misión, cuyo padre fue un asesino de indios
idolatrado
por sus compañeros de cacería (antiguos cortadores de cabelleras), recordado
como verdadero héroe de los viejos tiempos. “Tu padre murió cuando aún daba
gusto vivir”, le dice un antiguo compañero de las correrías asesinas de su
padre cortando cabelleras indias. Salvaje testimonio de esa mentira tantas
veces contada a través del western, forma de ocultar la culpa y echar polvo
sobre polvo, o forma de hacer pervivir
como heroica historia lo que fue un genocidio organizado con motivos
lucrativos.
Polonsky
tampoco es que nos ponga de manera maniquea del lado de la pareja fugitiva. La
violencia y el machismo del indio es latente, la forma en la que tira y
arrastra durante casi toda la película a la joven Ross es llamativa, pero el
posicionamiento a su favor es claro, eso sí, sin demagogias ni discursos
facilones. Y consigue uno de los personajes indios más carismáticos e insumisos
de la historia del cine. Willie Boy (su nombre es una mezcla de influencias) no
es ya casi un indio. Como la de sus congéneres, su historia ya se ha diluido,
se ha impreso la leyenda, las nuevas generaciones indias como las de Willie Boy
(y esto es lo que le pasa a la chica) han olvidado el pasado, se las ha
sumergido ya en una cultura basada en una mentira, han sido
“institucionalizados”, han perdido el contacto con el pasado. Son víctimas de
la misma leyenda forjada por los vencedores para ocultar el crimen y el robo,
la usurpación de una tierra y una identidad. Su sangre india está a punto de
desaparecer. El título original nos dice mucho del espíritu del personaje: Tell
them Willie Boy is Here. Como alguien que quiere dejar constancia de su
presencia en el mundo, de dejar un mensaje a las generaciones posteriores, como
una negación a desaparecer del universo ante el empuje de la nueva sociedad. La
misma fuerza existencialista que mueve a los hombres de Pike en “Grupo
Salvaje”, por cierto. Por supuesto también una reafirmación de la lucha, de la
insumisión, un velado llamamiento a la resistencia por parte de las minorías
del país. Conciencia agrietada por el paso de los años y las mentiras de la
civilización, por un mundo despersonalizado y mecanizado.
¿Una
escena?. Pues abundan los momentos de gran fuerza visual y poética, como el del
descubrimiento del cuerpo de la chica india que es precioso, o los travellings
de Willie Boy corriendo por el desierto en el tramo final de la peli, la última
escena de los amantes en el cruce del río durante la noche; pero seguramente la
mejor sea el final, que no es tanto un duelo o un enfrentamiento clásico final,
sino el encuentro de dos personajes espejo en el marco majestuoso de una
panorámica del ocaso, con el característico anti-climax distanciador del
western revisionista con la escena de la pira en la que queman el cuerpo de
Willie Boy, y la frase de Redford mientras queman el espíritu de
la vieja América, final silencioso especie de canto fúnebre.