1966, menudo año. La escalada de violencia
crece en Vietnam, y tras un primer año de batallas fácilmente ganadas, los
americanos empiezan a verle las orejas al lobo Charlie. Lyndon Johnson manda a
cientos de miles de soldados a acabar con aquello rápidamente. Dentro de sus
fronteras los yankees tampoco andan tranquilos, James Meredith, activista pro
derechos civiles es tiroteado en el estado de Mississippi. No para aquí el
terror, Richard Speck comete en chicago uno de los crímenes más impactantes de
la crónica negra americana. Peor aún, Ronald Reagan es elegido gobernador en
California. Mientras, otros mitos caen; en UK es detenido Ronald Edwards, autor
del mítico gran robo del tren. En nuestras tierras, Fraga Iribarne
promueve la Ley De Prensa e Imprenta, que supuestamente acaba con la censura,
jajaja. Unos meses antes lucía tipito en Palomares, tras caer varios misiles
nucleares en sus aguas.
Por su parte, John Lennon proclamaba que
los Beatles eran más grandes que Jesucristo, causando la furibunda reacción de
miles de estúpidos fans, que no debían haber oído Revolver, publicado ese mismo
año y (en opinión de muchos) mejor que el sermón de la montaña. Dylan revoluciona
el gallinero con Blonde on Blonde, alejándose ya de folk. Los Beach Boys epatan
con Pet Sounds y la psicodelia empieza a campar a sus anchas en discos como el
debut de los 13th Floor elevators. A su vez, el western se afianza en su
vertiente spagguetti (The Good The Bad and The Ugly), aunque 1966 también nos
deja joyas del calibre de El Dorado de Howard Hawks. Y también la que hoy nos
ocupa. Los profesionales.
Si quieres un trabajo bien hecho, contrata
a un profesional, o eso dicen. Estaremos de acuerdo en que en esto del western
crepuscular o cómo queramos llamarlo la medalla de oro se la lleva Grupo Salvaje,
tanto en factura como en significación; muy grande ha de ser la magnum opus de
Peckinpah para eclipsar y casi dejar en el olvido a su predecesora en tantos
aspectos: Los Profesionales (The
Professionals 1966), una de las mejores cintas de aventuras de la historia,
así, sin más, y uno de los westerns más adictivos de los años sesenta.
No deja de ser curioso que la historia
venga presentada por Richard Brooks, un tipo ferozmente independiente pero que
no tenía apenas experiencia en el western, previamente había rodado tan solo La Última Cacería (The Last Hunt 1956), precursor a su vez de los
westerns acusadores del genocidio indio y de las matanzas de bisontes. Recién
terminada Lord Jim en
1965 tras un durísimo rodaje, Brooks se embarcó en esta aventura de ideales
marchitos y amistades traicionadas. La trama es como sigue: se nos presentan
cuatro tipos, cuatro mercenarios profesionales, contratados por un taxativo
magnate tejano (JW Grant) papel que borda Ralph Bellamy, para rescatar a su
esposa, que ha sido aparentemente secuestrada por un bandido mejicano, antiguo
revolucionario (Jesús Raza, interpretado magistralmente por Jack Palance). Los
cuatro profesionales son Lee Marvin (Rico Fardan), el militar experto en armas
y estrategia; Burt Lancaster (Bill Dolworth), un mujeriego especialista en
explosivos; Robert Ryan (Hans Ehrengard) entendido en caballos y Woody Strode
(Jacob Sharp) rastreador y un tipo fino con el arco y el cuchillo. La misión es
en principio simple, encontrar a la mujer (una explosiva Claudia Cardinale) y
traerla de vuelta a casa. Se infiltran en tierras mejicanas y siguen el rastro
de los bandidos hasta su guarida, donde descubren que el secuestro no es tal,
sino que la mujer es la amante de Raza. A pesar de todo la re-secuestran y
huyen de vuelta hacia Tejas, perseguidos por Raza y sus hombres, culminando la
película con un intenso tiroteo y un imprevisible (o quizá no) clímax.
El rodaje tuvo lugar en Death Valley,
mientras que los actores se alojaban en Las Vegas; esto dio lugar a que Lee
Marvin diese rienda suelta a su creciente alcoholismo, lo que causó más de una
tensión durante las jornadas de trabajo. Lancaster, estajanovista y profesional
hasta el tuétano, observó asqueado como Marvin arruinaba varias escenas debido
a su estado. Richard Brooks llegó a comentar que su mayor temor durante el
rodaje fue que “Lancaster agarrase a Marvin de su borracho culo y lo tirase
montaña abajo”. Afortunadamente este mal ambiente no se ve reflejado en la
pantalla, más bien al contrario; la química entre ambas estrellas es total,
especialmente en las escenas en las que discuten acerca de la revolución.
Descubrimos que Fardan y Dolworth participaron junto a Raza en la Revolución
Mexicana y que ambos quedaron tocados por la experiencia. Especialmente
memorable es el momento de ensoñación de Dolworth en el que dice aquello de “Me
inspiró un día de mayo de 1911 en El Paso. De repente, se oyeron gritos y disparos
al otro lado del Rio Grande. Todo el mundo corrió para ver qué pasaba, yo
también. Desde lo alto de los carros podíamos ver la otra orilla. Los
maderistas estaban tomando Juarez, la revolución estaba en pleno apogeo. Era
maravilloso... sin darme cuenta crucé la frontera y me puse a disparar como
todos gritando viva Méjico. Un mes más tarde, volaba trenes a las órdenes de
Villa.”
La elección de los actores no puede ser
más acertada; además del buen hacer de Marvin (a pesar de las resacas) y de un
diabólicamente ambiguo Lancaster tenemos a Jack Palance, poderoso y ajado a
partes iguales, Cardinale derrochando sex appeal y Woody Strode como de
costumbre, una impasible escultura de ébano. El único pero lo encontramos en
Robert Ryan, con un personaje poco articulado, desagradable y, francamente,
inútil. Uno se pregunta si el objetivo de su presencia será poner en relieve lo
complicado y hostil del asunto, porque casi siempre resulta exasperante.
Contrasta su visión ingenua de la aventura con la lapidaria actitud de sus
compañeros, su ingenua defensa de los caballos y su fe en la bonhomía;
significativa es la escena cuando Dolworth le dice “La dinamita, y no la
fe, es lo que mueve las montañas”.
Uno de los puntos fuertes de la película
es la fotografía de uno de los más grandes, Conrad Hall (que ganaría una
estatuilla al año siguiente trabajando también con Brooks en A Sangre Fría).
Rueda a lo grande las escenas de acción, explosivas (a todos los niveles) y
además logra que el desierto cobre mayúscula importancia en las escenas del
viaje, mostrándolo en toda su dureza y su hostil esplendor. Añádase a esto
la música de Maurice Jarre, con ese trotón y conmovedor tema principal,
incorporando motivos folklóricos mejicanos a una banda sonora auténticamente magistral.
Combinando música y fotografía con ese reparto y la robusta dirección de
Richard Brooks tenemos mucho ganado.
La Revolución is not a goddess but a whore
Llegado a este punto alguno se puede
plantear por qué incluimos a Los profesionales en la corriente de westerns
modernos o crepusculares. Como decíamos al principio, es el precursor natural
de The Wild Bunch, y adelanta muchas de sus líneas maestras, si bien
hay que reconocer que ha sido, en justicia, eclipsada por su malhumorado hijo.
Para empezar, adelanta la idea de los héroes cansados; dinosaurios en vías de
extinción, guerreros que luchan porque ya no saben hacer otra cosa, y son
conscientes de que los nuevos tiempos les excluyen. En la maravillosa escena de
la emboscada de Lancaster a sus perseguidores tiene lugar esta brillante
conversación con su antiguo camarada revolucionario:
Bill Dolworth: Nada es para
siempre. Excepto la muerte. Pregúntale a Fierro, a Francisco, a todos aquellos
del cementerio de los hombres sin nombre.
Jesús Raza: Todos ellos murieron por un ideal.
Dolworth: ¿La revolución?... cuando el tiroteo termina, los muertos se entierran, y los políticos entran en acción. Y el resultado es siempre igual, una causa perdida.
Raza: Así que tú quieres la perfección o nada. Ohhh, eres demasiado romántico amigo. La revolución es como la más bella historia de amor. Al principio, ella es una diosa, una causa pura. Pero todos los amores tienen un terrible enemigo.
Dolworth: El tiempo.
Raza: Tú la ves tal como es. La revolución no es una diosa sino una mujerzuela, nunca ha sido pura, ni virtuosa, ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero sólo son asuntos mezquinos, lujuria pero no amor, pasión pero sin compasión, y sin un amor, sin una causa, no somos nada. Nos quedamos porque tenemos fe, nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable...
Jesús Raza: Todos ellos murieron por un ideal.
Dolworth: ¿La revolución?... cuando el tiroteo termina, los muertos se entierran, y los políticos entran en acción. Y el resultado es siempre igual, una causa perdida.
Raza: Así que tú quieres la perfección o nada. Ohhh, eres demasiado romántico amigo. La revolución es como la más bella historia de amor. Al principio, ella es una diosa, una causa pura. Pero todos los amores tienen un terrible enemigo.
Dolworth: El tiempo.
Raza: Tú la ves tal como es. La revolución no es una diosa sino una mujerzuela, nunca ha sido pura, ni virtuosa, ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero sólo son asuntos mezquinos, lujuria pero no amor, pasión pero sin compasión, y sin un amor, sin una causa, no somos nada. Nos quedamos porque tenemos fe, nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable...
Además tenemos que añadir el elemento
geográfico: Méjico. Aquí tiene una importancia capital, representa el pasado y
el presente de los protagonistas; para Fardan supone un doloroso recuerdo, su
familia (mejicana) fue asesinada allí por los militares, suponemos que este
recuerdo es el que le hace cambiar de opinión acerca del acuerdo con Grant.
Para Dolworth es una aventura pasajera, pero no puede evitar el aguijonazo en
forma de recuerdo cuando se enfrenta a Raza. Los dos son unos románticos
encallecidos y esto pesa definitivamente en su decisión final.
Siempre decimos que una buena película
debe ser fiel a su tiempo y aquí también encontramos un reflejo de los
convulsos años sesenta; el idealismo venciendo al capitalismo encarnado en la
figura del férreo W Grant; el dinero finalmente no es suficiente para comprar
las gastadas almas de los héroes profesionales.
Rescatemos una escena favorita: podríamos
elegir alguna escena de acción, que como hemos dicho son espectaculares, o
algunas de las reflexivas conversaciones acerca de la naturaleza humana y la
revolución, pero de todas ellas destacamos el (imprevisible e improbable) final
con la conversación entre un henchido e iracundo Ralph Bellamy y Lee Marvin,
que terminado su trabajo se niega a rematarlo (a disparar a Raza, vaya), a lo
que Bellamy espeta “Es usted un bastardo”. Lee Marvin, más Lee Marvin que
nunca, le replica “Sí señor. Pero, en mi caso,
es un accidente de nacimiento. En cambio usted... usted se ha hecho a sí mismo”
Sir, you're a self made man
J.S