La entrada
de hoy la dedicamos, nada más y nada menos, que “Hasta que Llegó Su Hora”, de
Sergio Leone, uno de esos directores que, para bien o para mal, no ha dejado
nunca indiferente al público y a la crítica, director excesivo y grandilocuente
y autor de la famosísima trilogía del dólar (“Por un Puñado de Dólares”, “La
Muerte Tenía un Precio” y “El Bueno, el Feo y el Malo”) que tantos fervientes
admiradores y combativos detractores ha ido generando con el paso del tiempo.
Trilogía cuya culminación estética y temática es este impresionante western de
resonancias míticas cuyo título original sería “Erase una vez en el Oeste”, por
cierto mucho mejor y más revelador que este “Hasta que llegó su Hora” por el
que la conocemos en España.
Con
“Hasta que Llegó Su Hora” llegamos en este particularísimo recorrido nuestro
por el western crepuscular o el western de los años 60 y 70 a la emblemática
fecha de 1968.
¿Qué se
puede decir del famoso año 68 que no se haya dicho ya? Demasiada tela que
cortar para este humilde blog... Tan solo recordar que es la fecha clave de los
movimientos estudiantiles y anti totalitarios en todo el planeta. El año de las
revueltas del Mayo Francés, de la primavera de Praga, del asesinato de Robert
Kennedy y el de Luther King en Estados Unidos con la oleada de disturbios
raciales que sacudieron el país a continuación y, sobre todo, de la matanza de
estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de Ciudad de México poco antes de
la celebración de los Juegos Olímpicos en la que la imagen de los dos
corredores afroamericanos del equipo USA, Tobbie Smith y John Carlos,
levantando el puño en el podio en nombre del Black Power y los derechos civiles
dio la vuelta al mundo, trayéndoles nefastas consecuencias personales y
profesionales por cierto… Uno de los gestos políticos más poderosos vistos
jamás en el mundo del deporte.
Sin embargo, es un año en el que nosotros nos
vemos obligados a embarcarnos en un viaje transoceánico hasta un pequeño pueblo
del desierto de Almería llamado Tabernas donde el señor Leone se halla afanado
en sacar adelante su western definitivo, esa epopeya sobre el Oeste y la
llegada de la civilización de influencia operística, sublime y desmedida a
partes iguales, que es “Hasta que llegó su Hora”
Se
trata de un western crepuscular muy sui generis, y lo es por la historia que
cuenta a lo largo de sus casi tres horas de duración; básicamente una historia
de venganza que discurre paralela a la llegada del progreso y el orden a ese
universo salvaje y primitivo del Oeste americano. Un tema característico del
western revisionista de la década, cierto. Sin embargo, es una película muy
diferente de las que hemos hablado con anterioridad de los directores americanos
del Nuevo Hollywood. Culminación de un estilo que se llamó “Spaguetti Western”
y que se fue gestando en las películas que antes hemos mencionado de la
“Trilogía del Dólar”. ¿Y qué es el Spaguetti western? Para empezar, películas
del oeste hechas fuera de América, italianas casi en su totalidad,
caracterizadas por una estilización máxima de la violencia (¿he oído
Tarantino?), un realismo sucio y picaresco, unos personajes arquetípicos con
una personalidad súper-esquemática (léase, “el bueno”, “el feo” y “el malo”),
un uso grandilocuente y melodramático de la música (la cual suele, como es el
caso, servir para presentar a los personajes) y, en definitiva, todo tipo de
subrayados efectistas en cuanto a acción y personajes y, especialmente, como
decimos en el tratamiento de la violencia. Manierismo en estado puro en la
mejor tradición artística italiana. En resumen, un lenguaje particularísimo,
especie de cóctel donde confluyen la influencia lírica y trágica de la gran
ópera italiana, el cine japonés de samuráis (del que tan fan era Leone y
caracterizado por dilatar el tiempo escénico al máximo) y los comics del oeste
de serie B europeos (esos abruptos cambios desde el gran angular al primerísimo
plano) que proliferaron en los 50 en España e Italia y que, a buen seguro,
fueron dibujando en la cabeza del adolescente Leone como en la de muchos
chavales de su generación esa visión mitómana sobre el mundo del Oeste
americano que es, básicamente, la que está detrás de todos los spaguetti
westerns (malísimos la mayoría de ellos, todo hay que decirlo) y, sin duda, del
mejor de ellos: “Hasta que Llegó su Hora”.
Curioso
pues, porque no es una película desmitificadora como lo son las americanas,
sino todo lo contrario. Y sin embargo es clave a la hora de entender la
evolución del western moderno. Es una película ultra ambiciosa
ya dentro de la filmografía de Leone (cuya obra maestra absoluta según mi
modesta opinión no llegaría hasta el año 84 con esa otra historia de América,
ambientada no en el Oeste sino en el Nueva York de las metralletas y los
garitos clandestinos de los años 20 llamada “Erase una vez en América”). Leone
era una persona fuertemente politizada, muy de izquierdas. Algo de esa visión
crítica puede percibirse en la historia aunque no de una forma dominante.
Aunque el tema es el nacimiento de América, y como decimos que Leone fuera una
persona de grandes convicciones políticas, no reivindica nada, su aproximación
es absolutamente emocional, se nota mucho que no está hecha por un americano
sino por alguien con una visión mitificada de aquel universo. Ambiciosa como
decíamos, hay que tener en cuenta que el éxito de la “Trilogía del Dólar” es
apabullante y que eso le permite a Leone ponerse con tiempo y cuidado a rodar
esta gran historia épica repleta de personajes no por esquemáticos o,
llamémosles mejor, simbólicos, menos memorables.
Creo
que es obligado empezar hablando por Henry Fonda, el bueno de Henry Fonda, el
eterno baluarte de los valores americanos, el joven Lincoln, que lo primero que
hace nada más aparecer en la película es cargarse a un niño… Punto
desmitificador ese sí, la verdad. El resultado es, sencillamente, uno de los
villanos más inolvidables de la historia del cine. Encarnación del mal
absoluto, del diablo o si nos ponemos un poquito más en la onda crepuscular,
del ese Oeste repleto de pistoleros a sueldo a puntito de desaparecer. El malo,
vamos.
¿Quién
sería el bueno pues? Un actorazo llamado Jason Robards, interpretando aquí una
especie de anticipo de su famoso Cable Hogue que interpretaría unos años más
tarde para Peckinpah. Un noble buhonero (otro personaje mítico y ancestral del
universo del western) entregado a la idea de levantar un sueño, un oasis en el
desierto, más concretamente, una estación de paso para la llegada del ferrocarril,
enamorado y constructor de un futuro que no alcanzará a tocar con sus propias
manos y que morirá arrastrándose literalmente por la tierra sin poder
vislumbrar la llegada de ese progreso en forma de locomotora que ha ayudado a
construir.
¿Quién
es el futuro entonces? Nada más y menos que la impresionante y escultural
Claudia Cardinale, encarnación de la vida y el progreso, prostituta
reconvertida en madre de todos los sedientos en ese fabuloso final de la
película.
Sin
embargo, nos queda uno. ¿Quién demonios es entonces el personaje de Charles
Bronson? Esa especie de lobo solitario encomendado a cumplir su venganza. ¿Es
un personaje real? No le interesa el progreso, ni el ferrocarril, ni siquiera
Claudia Cardinale (¿estás tonto, Charles?). Individualista acérrimo, es en
realidad de nuevo, el personaje del Hombre sin Nombre al que dio fama Clint
Eastwood en la Trilogía del Dólar. Súper-ambiguo. Misterio andante, mitad ángel
benefactor, mitad ángel exterminador. Igual que aparece entre una nube de polvo
desaparece a través de ella. Figura casi mitológica, ¿encarnación tal vez del
propio espíritu salvaje del Oeste que siempre seguirá apareciendo? Bueno,
dejémoslo en que es Charles Bronson, un tío tan extraño como su propio
personaje al parecer según los recuerdos de rodaje de la película, con eso
debería estar todo dicho…
Hay
mucho donde elegir entre aquello con lo que me quedaría de la película. Yo creo
que lo mejor es la música sin duda. Hay momentos en que la sincronía entre
imagen y música es magistral, como la llegada del personaje de la Cardinale al
pueblo que escuchábamos hace un segundo. Ennio Morricone es, sin duda, lo que
Bernard Herrman a Hitchcock, o John Williams a Spielberg. No se concibe el uno
sin el otro. Curioso además, todo sea dicho de paso, creo que lo peor es el
guión. De hecho, es que no creo que le interesara demasiado a Leone los
diálogos ni la acción verbal. La película es música e imagen. Como la ópera
exactamente. La ópera tiene libretos endebles. Y luego está lleno de silencios
(a fin de cuentas el silencio es una nota musical). Influencia absoluta del
cine japonés como decíamos antes. Más aún, al parecer, la propia música sonaba
cuando se grababan las escenas. Es de imaginar la cara de los técnicos cuando
sucedía esto…
¿Una
escena? Difícil, especialmente, porque en concreto en “Hasta que llegó su Hora”
se nota cómo Leone concibe precisamente cada escena como una historia en sí
misma, con un principio y un final, como ejercicios de estilo casi autónomos e
independientes. A mí, en este sentido, la que más me gusta es el la del
prólogo. El duelo en la estación de tren (con los grandes Woody Strode y Jack
Elam por cierto). Un ejercicio de dilatación del tiempo increíble y, a la vez,
una condensación absoluta de ese lenguaje tan particular que Leone aplicó al
Western. Creo que son casi diez minutos sin una palabra hasta que Bronson dice
aquello de “You brought two too many…”.
Bueno,
sin embargo, la escena del duelo final es, como no podía ser de otra manera,
épica. Con ese “Who are you?” que le pregunta Fonda a Charles Bronson tres
veces antes de morir, y que está montado de forma fabulosa en paralelo no solo
con el flashback en el que vemos la muerte del padre/hermano de Bronson cuando
era un niño sino (ole tus huevos, Sergio!) con el desenlace de la historia de
amor y la llegada del ferrocarril. Un final a la altura técnicamente del mejor
final de los padrinos de Coppola…
En fin,
podríamos seguir hablando horas de “Hasta que Llegó su Hora” pero no tenemos
tiempo. Ya sabéis: los que ya la habéis visto tres veces, intentad llegar a
diez, a ser posible en dolby surround y una pantalla bien grande, y los que no
la habéis visto, en fin...
A.R.
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