domingo, 22 de enero de 2017

WE'RE ALL OUT OF SOUVENIRS. EL VALLE DEL FUGITIVO (1968)


Llegamos en nuestro recorrido particular por el Western Crepuscular o Western de los 60 y 70 al año 1969, una fecha en la que nos detendremos más de lo habitual a lo largo de este y de los siguientes programas en nuestra sección Ese era mi Bistec, porque es, digamos, un año eslabón entre la década de los sesenta y la de los setenta, porque marca un punto de inflexión no solo en el cine sino en la sociedad americana, porque es el año en el que el sueño hippie, político y contracultural podemos decir que se va a pique, y porque es el año también de cuatro películas muy importantes en las que nos vamos a detener con mimo y esmero como no podía ser de otra manera que son Grupo Salvaje, Dos Hombres y un Destino, Easy Rider, y la de hoy, titulada “El Valle del Fugitivo” en castellano y de forma mucho más poderosa en el original “Tell them Willie Boy is Here” (Decidles que Willie Boy ha llegado).

Del año 69 podíamos estar hablando también como dije la última vez que os visité con “Hasta que Llegó Su Hora” del 68 laaargo y tendido. Como digo es una fecha de cambios fundamentales. Baste decir que es el año de la llegada del hombre a la Luna, de Nixon a la Casablanca, en que las tropas norteamericanas comienzan sus incursiones aéreas en Camboya y con ello del punto álgido de las protestas contra la guerra de Vietnam, el año de la matanza de MyLai, el año en que Lennon escribe aquello de “Give Peace a Chance”, del festival de Woodstock (con una afluencia de 400000 personas, auténtico hito de la cultura contemporánea), y el año también de los disturbios de Stonewall en Nueva York (las primeras protestas en pro de los derechos civiles de gays, lesbianas y, sobre todo, transexuales ;) ¿Suficiente? Es un año digamos más que movidito, que sin embargo va a tener en su segunda mitad dos acontecimientos muy sonados que, como todos sabemos, suponen un parón escalofriantes para las esperanzas de cambio y renovación en la sociedad americana del momento y más concretamente en el mundo del cine y de la música: el primero es el asesinato de Sharon Tate en su casa de Los Angeles a manos del tristemente célebre Charles Manson y su banda de hippies trasnochados; y el segundo, el fatídico desenlace del festival de Altamont en el que los Angeles del Infierno acaban con la vida de Meredith Hunter en plena actuación de los Rolling Stones ante la mirada atónita de Jagger y los suyos desde el escenario. Dos sucesos que desde el punto de vista del cine y de la música, como digo, van a hacer que los impulsos liberadores e idealistas de la década de los sesenta se repriman súbitamente para dar lugar a la atmósfera que caracterizará la década de los 70, sombría, desconfiada, pesimista, paranoica y nerviosa. Es por lo tanto un año horquilla, un puente entre dos visiones del mundo, una optimista y llena de alegría y otra traumatizada y repleta de claroscuros.

En este contexto de aguas turbias que confluyen, Abraham Polonsky dirige este western extraño y obsesivo, absolutamente original y contracorriente y de gran subtexto político que es “El Valle del Fugitivo”. Una película REBELDE con mayúsculas. Abraham Polonsly fue, para los neófitos, uno de los grandes directores defenestrados durante la infame caza de brujas a finales de los cuarenta y principios de los 50. Es decir, esta película es su vuelta a la dirección después de un periodo de ostracismo de casi veinticinco años. Novelista antes que guionista  y con solo cuatro películas en su haber, es un tipo con una carrera desgraciada y llena de desengaños, un izquierdista a ultranza que dirigió el clásico de cine negro en su momento “Force of Evil”, la cual giraba ya en torno a su idea principal: la del capitalismo como fuente y motor desencadenante del mal.

Realizada como cuenta pendiente y velado alegato anti-mccarthysta, “El Valle del Fugitivo”, cuenta la persecución por parte del sheriff de un indio renegado que ha escapado de la reserva llevándose consigo a una joven india que estaba bajo la tutela de la representante de la oficina de asuntos indios del gobierno federal. Transcurre en el año 1909, un año ya tardío, en el que la civilización ha llegado prácticamente en su totalidad al Viejo Oeste domesticándolo y los pocos supervivientes indios están encerrados en sus reservas y en el que, sobre todo, el mestizaje racial y cultural está en su primera fase.


Se trata de una película que ejemplifica a la perfección esa metamorfosis que se produce a mediados de los 60 en el género, por la cual el western cambia de piel y se oculta como un camaleón dentro de otros géneros, cambiando de piel y dando lugar a híbridos singulares que van más allá de las constantes clásicas del género, abriéndose a temas y estilos antes jamás tratados en el western. En este caso un western que bien podría ser cine negro, policíaco, cine político, de denuncia social; una extraña mezcla de rasgos de estilo y temas que lo llevan a una dimensión mucho más social y política, definitivamente crítica y revisionista con la historia de América y los valores dominantes en ella.

Como decía, la estructura de la película se centra en la persecución-huida de dos parejas: la doctora y el sheriff por un lado, y Willie Boy y la chica india por otro. Una especie de viaje, itinerario, desesperado, febril y romántico a pesar del poderoso nihilismo que desprende la historia que es viaje de autoconocimiento de consecuencias trágicas. En este caso, toma de conciencia progresiva, radical y destructiva de la inevitable separación racial más allá del mestizaje inicial que rige en la película las aparentes buenas relaciones entre indios y blancos. Dicho de otra manera, cuando las máscaras del aparente civilizado progreso caen, aparecen las barreras infranqueables del mestizaje racial y cultural, retratado en esta película (y esto es lo mejor) como un cándido, inocente y estúpido buenismo progresista instaurado después de la masacre por parte del vencedor hombre blanco. De hecho, la toma de conciencia de su propia identidad como indio, así como la de su pareja, inolvidable Julieta en sus últimas escenas, está más cerca de las Panteras Negras y el Black Power del momento que de cualquier otra cosa. De la misma manera los perseguidores (el sheriff y la doctora) van dándose cuenta de su naturaleza violenta y colonizadora de cazadores que subyace debajo (y a su pesar, y esto es lo trágico) de sus aparentes buenas intenciones y su paternalismo hacia los indios. Un paternalismo despreciado desde el comienzo por el indio Willie Boy (por cierto, Robert Blake realmente impresionante dando el mismo e intenso recital interpretativo que ya nos ofreció en “A Sangre Fría”).



A nivel de estilo es un western con escasos momentos de violencia, contado con un tempo muy particular, contemplativo, casi ritual. Con una música extrañísima de Dave Grusin que casi parece de cine negro, con toques electrónicos y reminiscencias indias. Una película llena de momentos nocturnos repleta también de detalles modernizantes: el automóvil que se cruza en el camino del protagonista en la primera escena, o la corbata que lleva Blake al comienzo (detalle de inmersión y mestizaje cultural que nos revela como Willie Boy es un indio de tercera generación cuya batalla no es ni fue Little Big Horn, sino la misma que la de los outsiders solitarios y desesperados de “Los Valientes Andan Solos” o “Vidas Rebeldes”. Unos indios que no están ya lejos de los que serían mandados a morir en la 2a Guerra Mundial (vease Flags of Our Fathers) o envenenados por el alcohol y el desarraigo hasta su definitiva desaparición. Un western también muy en la línea de los sesenta, con un cuidado por el detalle antropológico, por las formas de vida dentro de la reserva, los rostros envejecidos y agrietados de sus habitantes indios, los restos de una cultura derrotada y exterminada, con una gran atracción por la mirada documental dirigida a los perdedores y los desarraigados, los marginados, los cautivos físicos o mentales de un país que ha conseguido finalmente parcelar la tierra y con ella el espíritu original, que en su afán de ampliar la frontera no ha acabado más que por crear una vasta cárcel para el hombre. Otra constante del western crepuscular aquí presente: el retrato de la Naturaleza como una extraña forma silenciosa; en este caso, en alianza sutil con el indio, que ya no es mostrada con el trasfondo de la épica, sino como una presencia inquietante de múltiples caras, un marco impasible de los trágicos avatares del hombre, un rostro milenario e impertérrito del destino del hombre a lo largo de la historia, de forma parecida por cierto a “La Noche de los Gigantes”, otro western de un año antes que se nos ha quedado en el tintero, con Gregory Peck y que tampoco tiene desperdicio.


Contextualizada en los acontecimientos que antes mencionábamos del año 69, especialmente las atroces noticias que llegaban desde Vietnam, “El Valle del Fugitivo”define magistralmente la conciencia crítica y el sentimiento de culpa de la sociedad americana del momento. La pareja de amantes furtivos, nacidos dentro de una reserva, de un espacio ya acotado, recuerda a las parejas hippies del momento que intentan escapar de la sociedad y volver a los orígenes ancestrales. Su huida, y su insumisión es un rechazo lúcido y consciente al presente, una toma de conciencia de su origen indio, especialmente en ella a la hora de continuar con Willie Boy o volver al amparo de la comunidad tutelada. (La película tiene realmente un guión espléndido, Polonsky era sobre todo un magnifico guionista, un hombre de teatro). ATENCION SPOILER. Su sacrificio final (aunque no llegamos a saber si se suicida o la mata Willie Boy) tiene la fuerza trágica y lírica de la Julieta de Shakespeare en el Oeste con todo el carácter simbólico y rebelde de los grandes suicidios como actos supremos de rebeldía e insurrección pacífica.

Es, en definitiva, una muy lúcida y nada indulgente reflexión sobre el mestizaje y los falsos valores progresistas del momento. De hecho, “El Valle del Fugitivo” es la única película que plantea el mestizaje como la última de las formas de colonialismo, como contaminación genética y cultural de las auténticas raíces de todo un pueblo. Es una película radicalmente pro-india con una fuerza poética y una convicción que ningún western había mostrado hasta el momento (a su lado “Cheyenne Autumn” es un cuento para niños). Es un western con algo muy característico del western revisionista, no tan interesado en la acción, en la propia caza en si de la pareja de fugitivos, sino en el desarrollo psicológico de unos y otros durante su proceso. Al igual que en “El Tiroteo”, la persecución está contada de forma deshilvanada, va perdiendo poco a poco suspense, y nos vamos introduciendo en el terreno de la incertidumbre y de la mística, en la que lo que más importa es el retrato de personajes.

Por ejemplo, el de la doctora es muy preciso a la hora de juzgar cómo sus motivaciones y sus grandes ideales nacen de su puritanismo y su frigidez, de su incapacidad de amar más que unas ideas de forma terca y soberbia. Convencida de su tarea, es ella la que instiga, aún a sabiendas del amor legítimo entre la pareja india, la persecución, considerando que la joven india merece algo mejor. Sociedad y represión de la mano de este desagradable personaje que, no obstante, no cae en el cliché ni en el estereotipo facilón en ningún momento.

Por otro lado, desacierto más que probable en la elección de Robert Redford para su personaje, el cual que parece esta vez muy limitado a la hora de dotar a su personaje de la profundidad y la trascendencia psicológica que parece tener sobre el papel o a la que parece apuntar la historia. Otro actor mas duro, o mas capacitado para ese rol habría hecho funcionar la historia mucho mejor. Sobre todo, en el retrato de sus relaciones con la doctora, Redford es un actor demasiado simpático para el papel. Posee ese encanto tan sintonizado con la Naturaleza, y que tan bien explotó Pollack en Jeremiah Johnson pero que aquí no consigue transmitir las contradicciones de un personaje joven pero realmente complejo, alter ego real, o imagen de la otra cara de la moneda que es Willie Boy. Un personaje de nuevo envuelto en la duda y nada convencido de la naturaleza de su misión, cuyo padre fue un asesino de indios
idolatrado por sus compañeros de cacería (antiguos cortadores de cabelleras), recordado como verdadero héroe de los viejos tiempos. “Tu padre murió cuando aún daba gusto vivir”, le dice un antiguo compañero de las correrías asesinas de su padre cortando cabelleras indias. Salvaje testimonio de esa mentira tantas veces contada a través del western, forma de ocultar la culpa y echar polvo sobre polvo, o  forma de hacer pervivir como heroica historia lo que fue un genocidio organizado con motivos lucrativos.



Polonsky tampoco es que nos ponga de manera maniquea del lado de la pareja fugitiva. La violencia y el machismo del indio es latente, la forma en la que tira y arrastra durante casi toda la película a la joven Ross es llamativa, pero el posicionamiento a su favor es claro, eso sí, sin demagogias ni discursos facilones. Y consigue uno de los personajes indios más carismáticos e insumisos de la historia del cine. Willie Boy (su nombre es una mezcla de influencias) no es ya casi un indio. Como la de sus congéneres, su historia ya se ha diluido, se ha impreso la leyenda, las nuevas generaciones indias como las de Willie Boy (y esto es lo que le pasa a la chica) han olvidado el pasado, se las ha sumergido ya en una cultura basada en una mentira, han sido “institucionalizados”, han perdido el contacto con el pasado. Son víctimas de la misma leyenda forjada por los vencedores para ocultar el crimen y el robo, la usurpación de una tierra y una identidad. Su sangre india está a punto de desaparecer. El título original nos dice mucho del espíritu del personaje: Tell them Willie Boy is Here. Como alguien que quiere dejar constancia de su presencia en el mundo, de dejar un mensaje a las generaciones posteriores, como una negación a desaparecer del universo ante el empuje de la nueva sociedad. La misma fuerza existencialista que mueve a los hombres de Pike en “Grupo Salvaje”, por cierto. Por supuesto también una reafirmación de la lucha, de la insumisión, un velado llamamiento a la resistencia por parte de las minorías del país. Conciencia agrietada por el paso de los años y las mentiras de la civilización, por un mundo despersonalizado y mecanizado.


¿Una escena?. Pues abundan los momentos de gran fuerza visual y poética, como el del descubrimiento del cuerpo de la chica india que es precioso, o los travellings de Willie Boy corriendo por el desierto en el tramo final de la peli, la última escena de los amantes en el cruce del río durante la noche; pero seguramente la mejor sea el final, que no es tanto un duelo o un enfrentamiento clásico final, sino el encuentro de dos personajes espejo en el marco majestuoso de una panorámica del ocaso, con el característico anti-climax distanciador del western revisionista con la escena de la pira en la que queman el cuerpo de Willie Boy, y la frase de Redford mientras queman el espíritu de la vieja América, final silencioso especie de canto fúnebre.





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